sábado, 23 de enero de 2021

Pre Cuaresma: El fariseo y el publicano

Compartimos la homilia de San Juan Crisóstomo, Arzobispo de Constantinopla  y autor de la Divina Liturgia Bizantina.

 Homilía: Sé humilde y te habrás librado de los lazos del pecado

«¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador» (Lc 18,13)

He enumerado diversos canales de penitencia, para hacerte fácil, mediante la diversidad de vías, el acceso a la salvación. Y ¿cuál es entonces este tercer canal? La humildad: sé humilde y te habrás librado de los lazos del pecado. También aquí la Escritura nos ofrece una demostración en la parábola del fariseo y el publicano. Subieron —dice— al templo a orar un fariseo y un publicano. El fariseo se puso a hacer el inventario de sus virtudes: Yo —dice— no soy pecador como todo el mundo, ni como ese publicano. ¡Miserable y desdichada alma!, has condenado a todo el mundo, ¿por qué te metes también con tu prójimo? ¿No te bastaba con condenar a todo el mundo, que tienes que condenar también al publicano?

¿Y qué hacía el publicano? Adoró con la cabeza profundamente inclinada, y dijo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Y al mostrarse humilde, quedó justificado. Así pues, al bajar del templo el fariseo había perdido la justicia, el publicano la había recuperado: las palabras vencieron a las obras. Efectivamente, el fariseo, a pesar de las obras, perdió la justicia; el publicano, en cambio, se granjeó la justicia por la humildad de sus palabras. Bien es verdad que la suya no era propiamente humildad: la humildad, en efecto, se da cuando uno que es grande se humilla a sí mismo. La actitud del publicano no fue humildad, sino verdad: sus palabras eran verdaderas, pues él era pecador.

Porque, ¿hay cosa peor que un publicano? Buscaba sacar partido de las desgracias del prójimo, aprovechándose de los sudores ajenos; y sin el menor respeto a las penalidades de los demás, sólo estaba atento a redondear sus ganancias. Enorme era, en consecuencia, el pecado del publicano. Ahora bien, si el publicano, con todo y ser un pecador, al dar muestras de humildad, se granjeó un don tan grande, ¿cuánto mayor no lo conseguirá el que está adornado de virtudes y se comporta con humildad?

Por tanto, si confiesas tus pecados y eres humilde, quedas justificado. ¿Quieres saber quién es verdaderamente humilde? Fíjate en Pablo, que era verdaderamente humilde: él el maestro universal, predicador espiritual, instrumento elegido, puerto tranquilo que, no obstante su físico modesto, recorrió el mundo entero como si tuviera alas en los pies.

Mira con qué humildad y modestia se define a sí mismo como inexperto y amante de la sabiduría, como indigente y rico. Humilde era cuando decía: Yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol. Esto es ser verdaderamente humilde: rebajarse en todo y declararse el menor de todos. Piensa en quién era el que pronunciaba estas palabras: Pablo, ciudadano del cielo, aunque todavía revestido del cuerpo, columna de las Iglesias, hombre celeste. Es tal, en efecto, la potencia de la virtud, que transforma al hombre en ángel y hace que el alma, cual si estuviera dotada de alas, se eleve al cielo.

Que Pablo nos enseñe esta virtud; procuremos ser imitadores de esta virtud.

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